Las noches del mes de enero son frías en la ciudad. La nieve cubría las calles con un manto de blanco perfecto, y el ruido de las gotas de agua que caían del cielo se escuchaba como un cuchillo cortando tela. Pero esa noche, era diferente. El brillo de las estrellas en el cielo se veía intensamente brillante, y el único sonido era el susurro del viento.
Nimiq, una persona que había vivido en la ciudad toda su vida, sintió una vida nueva en ella. Algo en la bruma del invierno parecía haber despertado dentro de ella algo que nunca había sentido antes. Mientras caminaba por la calle, notó que las luces de las casas parecían moverse en un ritmo específico, como si estuvieran bailando una suelta orquestación.
Aceptó el llamado del ambiente y se unió a ellos, dejando que sus pasos bailaracierenos en la nieve. Cada paso parecía remover una vieja capa de hielo, y el mundo se volvía más ligero de repliegue. Las líneas de tiempo se volvían fáciles de reconocer, como si las vidas de las personas se estuvieran retratando de manera continua en cada pétalo de nieve.
Esa noche, Nimiq descubrió lo que no sabía que andaba allí: la dirección de un mundo escondido, bien definido detrás de las parábolas celestiales. Un lugar donde las miradas fervientes, pasar por la frialdad, iluminaba todos los contornos que da forma al punto final de cada etapa de nuestra vida.