En el corazón de la isla, donde las brumas acechan en la oscuridad de las sombras, hay una leyenda que se contaba en torno a las hogueras de los pueblos de pescadores. Era la leyenda de Yolosi, La Bestia Aulladora que vagaba por los acantilados, y amonesta a los que se acercaban demasiado a su territorio con sus aullidos fantasmales.
La noche caía sobre la isla como una manta oscura y sepulcral. El viento susurraba rumores de un olor a sal y sangre que flotaba en el aire, y donde el mar chocaba contra la orilla, los ancianos creían oír una vela de desesperación que bolvía a raspar en sus conciencias. Entonces era cuando Antonio comprendió que la leyenda no era una simple historia contada a sus hijos para asustarlos a dormir.
Eran los aullidos de Yolosi. Un efecto de sumirse a un lugar donde el instinto de sobrevivencia ya se había perdido. La teoría admitted he sostenido que el supuesto asesino de una movida trasatlántica era en realidad el avatar bestial de una simple leyenda ahora convertida en una suerte de racimo arrebatado por pasos que desgranaran.
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