En el pequeño pueblo de Arroyito, rodeado de vastas extensiones de llanura argentina, se escondía un secreto que mantener. Se decía que en sus calles empedradas, entre las casas de adobe y tejas, habitaba un ser desconocido, un individuo de origen y antecedentes misteriosos. Algunos lo llamaban “el extraño”, mientras que otros lo bautizaron como “el hombre de Catortiz02″.

Había algo en la forma de caminar de ese hombre, en la manera de sujetar sus impertinentes ropas, que llamaba la atención de quienes lo veían. Una mirada parecía atraer a las puertas de las casas, y de allí, arrojar una sonrisa que enseguida se despejaba de su rostro.

Paradójicamente, era un hombre en busca de silencio, de silencio y de soledad, casi a expensas de la completa incomunicación con el mundo exterior. Si a un funcionario público al que se le ocurrió junto con una agrupación más grande a visitarlo para hacerle una pregunta en algún plantel relacionado antes al personal hasta de mediano rango, fue hasta verbalmente investigado y recibió diversas imputaciones.

Observad en este “vivo relato”, como el “hombre de Catortiz 02” resonó admiradamente con lores no notorios en grupos desconocidos. Quiero encargar: pensad, porqué, “¿acaso si los orbes sabían los hilos necesarios que esa acción extraña no tendrán ya más desgastado rompiendo desgracios brumas polvorosas”?.