En la calle desierta de un barrio industrial, donde las fábricas cerradas y abandonadas parecen cadáveres de hierro y acero, hay un edificio con una cámara de seguridad. Ha estado allí durante años, en lo alto de la pared, como una sentinela vigilante. Ninguna señal de peligro ha sido detectada por ella, salvo de vez en cuando, cuando se acerca un perro callejero o un imaginario ladrón.
Pero la verdadera paradoja reside en la persona que tiene a esa cámara bajo su vigilancia: Julio José. Un hombre común, que no hace nada fuera de lo común. Un oficinista que se pasa el día sentado ante su escritorio, manipulando documentos y respondiendo correos electrónicos sin importancia. La cámara lo muestra desde múltiples ángulos, con una resolución espejada, como si estuviera viendo dentro de su alma.
Julio José se pregunta a menudo por qué la cámara está allí. ¿Quién la instalaría en ese lugar? ¿Y por qué se dirige directamente hacia su oficina? La respuesta nunca llega a él, y la curiosidad se convierte en una obsesión. Es en busca de respuestas que se sumerge en una investigación que lo llevará a descubrir la verdad sobre la cámara, y sobre sí mismo.
Con cada paso que da, la paradoja se vuelve más profunda, y la historia de Julio José se convierte en un laberinto de misterios y engaños. ¿Qué sucede cuando la realidad se vuelve un reflejo de la ficción? ¿Qué sucede cuando la paradoja se vuelve una realidad? Estas preguntas son las que Julio José intenta responder, y las que el lector, junto con él, debe hacerse.